domingo, 3 de enero de 2010

Desconocidos


Me falta por conocerte
no me habla la prisa de tu cuerpo
ni me toca esa voz transparente casi seca.

Te quiero oler, saberte,
necesito traspasar el horizonte de esos ojos,
y tus manos desiertas...
quiero que vengan y tambien me sepan.

Sólo ellos


En una mesa vieja de metal y mármol, sentado con los pies inquietos, procurando evitar con su constante movimiento el que terminen dormidos u hormigueantes él espera.
Ciertamente no es su café favorito, él basa ésta particular preferencia en el sabor –como tantas otras cosas- y no en el espacio o comodidad del lugar como lo hace ella.
Parece tranquilo, su mirada vaga lentamente noventa grados hacía cada lado, distraído en algún pensamiento o quizá observando a discreción con el delirio propio de quien se siente vigilado o perseguido, él suele ser así.
Mira el reloj al frente de la iglesia que está cruzando la calle y confía en su veracidad, usar reloj de pulso no va con él.
El viento sopla fuerte y frío rozando con arrojo su piel morena y lo despeina.
Mira de nuevo hacía ambos lados, bebe otro americano, sin azúcar, claro.
Su aspecto general denota cierta madurez, su saco café mesura. Vuelve a pasar por su mente aquel momento de hace casi ocho años cuando la vio por primera vez, eran otros entonces, eran otros. ¿La amó? Quizá, quizá desde el primer momento o nunca o sólo entonces y ya no.
Amar es cosa de mentes difusas y corazones que pretenden permanecer, pero él, él nunca se queda, aunque tal vez lo pensó o lo piensa. Recoge con sus dedos índice y medio los granos de azúcar derramados por el comensal anterior y que el mesero olvido limpiar, presiona un dedo a la vez sobre cada granito, acto quizá equivalente a evitar un cigarro.

Son quince minutos después de la hora acordada.

Dos calles a lo lejos camina ella con paso ligero, no es la misma ¿Lo amó? Quizá en algún momento a lo largo de esos casi ocho años, quizá desde siempre, quizá aún o nunca o siempre. La cabeza le vuela, giran en ella cientos de imágenes, recuerdos, aromas, tal vez sabores, pero no, los sabores son más de él que de ella. La pregunta, la respuesta, una conversación breve, brevísima, un café, un tomarse de las manos, ni siquiera un beso en la mejilla, no, para que arriesgarse, la vida va diferente para ambos.

Son casi ocho años y nada o todo; lejos, cerca, todo, nada, siempre, son palabras comunes entre ellos; son voces cercanas y luego también largos silencios.

Antes de cruzar la plaza ya lo mira sentado en aquella mesita de metal y mármol que nunca fué su preferida, el azúcar sobre la mesa debió no ser suficiente porque ya sostiene un cigarro en la mano derecha y mira ahora hacía la nada. Ella se acerca despacio, por segundos y en silencio frente a frente por fin ambos se miran.
Ese cruzar de ojos les devuelve con un profundo respiro la vida, todo es como siempre, no hay por que asustarse, están ahí de nuevo.
Hace tiempo ya desde la última vez.
Pero no ha cambiado nada, lo saben y esas manos que de años se conocen vuelven a estrecharse con anhelo y sonríen.
Hace casi ocho años y hasta ahora, hace casi ocho años desde entonces.
Y ¿Lo ama?
Y ¿La ama?

Saben sólo ellos, cada uno y ambos, otros nunca, nadie, saben sólo ellos.